Cuando los hondos acantilados morales que separaban en el pasado los tótems del bien y del mal se ven ahora reducidos a leves trazos de tiza pisados por un despistado Vincent Gallo o cuando la juventud se nos muestra desnatada como nunca antes, oímos un chasquido y sentimos el mismo miedo que padecieron muchos de los que estuvieron ahí, en ese punto de no retorno, con la misma intensidad, al ver como en cada piso de estudiantes de la gran ciudad una de las habitaciones es para Abraxas.

De esta manera Jacobo Labella nos abraza con su hospitalidad violenta, en la que elabora un exquisito trenzado de elementos clásicos, sagrados y profanos que lanza como un obús de carbón y grafito al viejo vientre de la frivolidad, un embudo para las últimas y las primeras preguntas, suntuosamente contemporáneo y clásico a la vez. Así retrata a un hombre de tal suerte que no ansía, porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que su muerte lo anda cazando y que no le dará tiempo a adherirse a nada, así prueba sin ansias, todo de todo. De él decía Hesse en Demian:“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. Quien quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios es Abraxas.“
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Texto: Roberto Urbano.

Don’t Believe Anyone